Idea para candidatos: reformar la Ley Trans, como ha hecho Noruega para proteger a los menores

Idea para candidatos: reformar la Ley Trans, como ha hecho Noruega para proteger a los menores
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La decisión de las autoridades sanitarias de Noruega de revisar sus pautas y protocolos de “reasignación” o “afirmación” de género en menores de edad se basa en la falta de evidencia científica sobre los efectos de estos tratamientos. Lo interesante del caso para la Argentina es que nuestra Ley de Identidad de Género (de 2012) es tan permisiva como lo era la de Noruega hasta ahora.

El Consejo Noruego de Investigación Sanitaria (NHIB/UKOM) llevó adelante un estudio cuyas conclusiones son que los bloqueadores de la pubertad -es decir el suministro de medicamentos que frenan el desarrollo de los caracteres sexuales, femeninos o masculinos, según el caso-, los tratamientos hormonales y la cirugía para modificar rasgos sexuales en niños y jóvenes no se basan en evidencia y por lo tanto las pautas fijadas para estos procesos deben ser revisadas.

Para fijar nuevos protocolos, dice el informe, hace falta desarrollar estudios sistemáticos, continuos, a fin de garantizar claridad y salvaguardas en los tratamientos, en particular en el caso de los menores.

Hasta ahora, la transición de género estaba a disposición de los jóvenes de un modo muy flexible, sin necesidad de evaluación psicológica alguna. Los bloqueadores de pubertad y la terapia hormonal cruzada podían ser suministrados a partir de los 16 años y la cirugía desde los 18. El informe a partir del cual Noruega cambiará estas políticas sostiene que, contra lo que dicen los promotores de la ideología de género, estas terapias son irreversibles y conllevan riesgos cuya extensión exacta se desconoce por no haber sido lo suficientemente estudiados.

El estudio criticaba el hecho de que no se exigiera una evaluación de la necesidad médica de las terapias e intervenciones de “afirmación de género”. Con el argumento de que hay que despatologizar la disforia de género -el libreto lo conocemos: no discriminar, naturalizar, etc-, se rechaza toda intervención profesional en el proceso. Según el credo transgenerista, el sexo es autopercibido, depende únicamente de la subjetividad de la persona y no responde a criterios objetivos. La biología no tiene nada que ver en esto, afirman.

El Consejo Noruego detectó varias tendencias preocupantes, también presentes en otros países: el rápido aumento de casos de supuesta disforia de género en adolescentes (especialmente mujeres) y, a la vez, una alta presencia de enfermedades mentales (75%) y de afecciones neurocognitivas, tales como trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), autismo o síndrome de Tourette, en los jóvenes que alegan estar o haber nacido “en el cuerpo equivocado”.

El informe noruego recomienda que las transiciones de género estén sujetas a un escrutinio más rígido en lo concerniente al consentimiento informado y a los criterios de elegibilidad de la persona para acceder a estos tratamientos.

A partir de ahora, los jóvenes noruegos que aleguen padecer disforia de género serán tratados en los centros de atención primaria por equipos multidisciplinarios y las transiciones de género en los menores serán excepcionales, luego de una evaluación rigurosa.

“El sentido común y la ciencia se imponen poco a poco”, escribió la psicóloga e investigadora canadiense Debra Soh en el Washington Examiner, el 13 de mayo pasado, sobre la decisión noruega. “Hay estudios que demuestran que la mayoría de los niños con disforia de género se sienten cómodos con su cuerpo al llegar a la pubertad -agregó- y que los que desean una transición repentina después de la pubertad pueden estar experimentando un contagio social”.

La disforia de género se presenta por lo general desde la infancia, por eso sorprende el gran aumento de casos en adolescentes en los últimos años, lo que autoriza a muchos a sospechar de ese “contagio social”, que tiene por principales víctimas a los jóvenes que transitan esa etapa de tanta inestabilidad y vulnerabilidad que es la adolescencia.

Los estudios que advierten sobre esto “han sido desestimados”, dice Debra Soh, “porque no encajan en la narrativa activista”; una narrativa que “seguirá desmoronándose”, celebra la columnista, neurocientífica sexual y autora de El fin del género: Desmontando los mitos sobre el sexo y la identidad en nuestra sociedad, en el que cuestiona la noción de que el género es una construcción social.

Con estos cambios, Noruega sigue a otros países europeos, como Suecia, Finlandia y Gran Bretaña, que restringen o desalientan el acceso de niños, adolescentes y jóvenes a la transición de género.

Suecia decidió suspender los tratamientos hormonales en menores, después de mucho tiempo de ser pionera en la materia. Como ahora Noruega, se afirma que estos pedidos de cambio de género suelen ir asociados a otros desórdenes, como déficit de atención, autismo, trastornos de la alimentación, etc. Las autoridades sanitarias suecas dicen que “el incierto estado de conocimiento en la materia incita a la prudencia”.

Una de las cosas que hizo sonar las alarmas fue, como en Noruega, la verificación de un crecimiento exponencial del número de diagnósticos de disforia de género. También allí crece el número de niñas de entre 13 y 17 años que solicitan una “transición” al género masculino. Por este motivo, las autoridades suecas han restringido de modo severo la realización de mastectomías -extirpación de senos- en adolescentes.

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Finlandia, por su parte, decidió, desde 2021, priorizar la psicoterapia antes que los tratamientos hormonales y desaconsejar las cirugías en menores. La transición de género en niños no ha sido prohibida aún, pero la nueva política es tratar estos casos con gran precaución por no estar totalmente claros los beneficios de estas intervenciones. Se aconseja por otro lado que los bloqueadores de pubertad se usen sólo en aquellos menores que mostraron signos de disforia de género en la primera infancia y que no presenten trastornos mentales concurrentes. Con esto se espera evitar los casos de “contagio”.

En concreto, habrá que proceder a un diagnóstico previo para excluir la existencia de algún trastorno mental antes de decidir procedimientos médicos de transición de género.

Como en Noruega, los factores que han incidido en este cambio de política en Finlandia son las escasas evidencias científicas de la idoneidad de estos tratamientos, además de la creciente aparición de efectos secundarios, algunos de ellos irreversibles.

En cuanto al Reino Unido, en abril de 2020, el gobierno propuso la reforma de la Ley de Reconocimiento de Género que databa de 2004, para, entre otras cosas, prohibir que los menores de 18 años pudieran someterse a procesos irreversibles de reasignación de sexo, para proteger a los adolescentes que “están desarrollando todavía su capacidad de toma de decisiones”. Previamente, se había ordenado un estudio para averiguar por qué habían aumentado tanto los casos de niños -e incluso más de niñas- que pedían cambio de sexo. También preocupaba la aparición de varios casos de “arrepentimiento”, que demostrarían que el consentimiento no ha sido siempre tan “informado” como se alega.

Uno lee estas cosas y no puede menos que preguntarse qué pasaba por la cabeza de nuestros legisladores cuando votaron en 2012 la Ley de Identidad de Género actualmente vigente, una de las más permisivas del mundo. De hecho, parte del desgaste del Gobierno de Pedro Sánchez en España y su reciente derrota electoral se debió al debate para reformar la ley existente, para hacerla más permisiva, Al revés de la tendencia en Suecia, Finlandia o Noruega, en España se eliminó la evaluación profesional de los casos, dejando todo librado a la voluntad de la persona. Asimismo, la reforma promovida por Irene Montero habilitaba la transición de menores desde los 16 años.

Todo eso ya existe en nuestro país, sin que los argentinos estén muy enterados del tema. La Ley de Identidad de Género fue una de las tantas leyes emanadas de un Congreso que, o funciona como escribanía, o es escenario de negociaciones de paquetes de leyes que se votan a libro cerrado.

Recientemente se vio que, en el caso de la Ley de Salud Mental, ni la propia presidente bajo cuyo mandato se promulgó en 2010 conoce el contenido de la norma. Tal vez algo análogo pase con la Ley Trans. En el Senado, fue aprobada por 55 votos, lo que da idea de la amplitud del “consenso”: en estos temas no hay grieta. Hace tiempo que las peleas de nuestros políticos no son motivadas por ideas, valores o convicciones sino sólo por ver quién ocupará bancadas o despachos.

Ahora, mientras en el mundo crece la prudencia y se empiezan a revisar supuestos en torno a este tema, como la despatologización o la inocuidad y reversibilidad de los tratamientos -afirmación totalmente temeraria- más la confirmación de que entre los adolescentes existe un efecto contagio, en la Argentina, el Registro del Estado Civil y Capacidad de las Personas de la Capital Federal se hizo eco de un reclamo de organizaciones LGBTI e interpretó que, a efectos del cambio registral de sexo, la mayoría de edad es a los 16 años. Estos grupos celebraron que un adolescente pueda “acceder a un DNI que refleje su identidad de género por derecho propio, de modo libre y sin la tutela de sus progenitores”.

El psiquiatra y neurólogo Enrique De Rosa Alabaster escribió en Infobae que esta es una sociedad “que sigue sin acompañar y ayudar a los adolescentes, validando todo pedido, en realidad de adultos que proyectan en los menores, bajo la excusa de defender sus derechos”. “El avance de las cirugías de reasignación de sexo actuaría sinérgicamente con esta tendencia (que) olvida el factor edad y la maduración psicosexual, ya que establecen una necesidad que dicen es existente, pero en realidad imponen, no otorgan un derecho”, agregaba.

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En Estados Unidos existe una verdadera batalla entre estados que prohíben o restringen estas transiciones versus los que las han flexibilizado por completo. De Rosa Alabaster citaba el caso de Minnesota que avisa a los menores que quieran transicionar que lo único que deben hacer es llegar a las fronteras de ese estado, donde “un aparato médico, social y jurídico los pondrá a resguardo de sus padres”.

En Europa, sólo siete países permiten la libre autodeterminación de género; esto es, el cambio de sexo en documentos oficiales sin necesidad de informes médicos ni tratamientos hormonales, intervención quirúrgica o periodos de prueba en los que el requirente debe demostrar que vive con otra identidad sexual. Con la sola declaración de la persona.

A este grupo pertenece también Argentina. La pregunta es si algún aspirante a posiciones legislativas o ejecutivas está siquiera haciéndose algunas preguntas sobre estas problemáticas o si las consideran ajenas a su responsabilidad.

“Cambiar de género no es un juego de niños”. Y lo dice una persona transexual. Se llama Debbie Hayton. Nació como varón en Inglaterra en 1968, hoy es mujer en términos legales, pero reniega de la ideología transgénero y critica la negación de la biología. Es columnista regular en The Spectator y tiene un blog en el cual escribe sobre transgenerismo.

No todos los que han hecho una transición de género adhieren a la ideología transgénero. Es bueno aclararlo. Porque últimamente se cree que para no discriminar, para aceptar la diferencia, hay que adherir sin reflexión ni crítica alguna a la idea de que el sexo no tiene nada que ver con la biología y que la autopercepcion -la subjetividad, la arbitrariedad, el capricho- es la ley. El que se niegue a profesar ese credo, será cancelado, escrachado, expulsado del paraíso woke.

Debbie Hayton se opone, por ejemplo, a la autoasignación de género, es decir, la transición sin supervisión profesional. También es contraria a la transición de niños y a que personas que biológicamente son varones compitan en la categoría femenina en deportes. “Las mujeres trans son hombres, incluida yo misma”, dice.

En momentos en que se pretende imponer la autopercepción como criterio de realidad, las posiciones de Hayton son saludables. Ella sostiene que, aunque una persona haga una transición de género, su sexo biológico no se modifica. Le molesta el dogmatismo de la actual corriente trans, que impide la reflexión sobre el tema. “¿Por qué nos volvemos transgénero? ¿De dónde viene esa necesidad irreprimible de alterar el cuerpo?”, son algunas de las cuestiones que cree hay que investigar, “en vez de instrumentalizarlas con fines políticos”.

Esta misma advertencia aparece en el informe noruego citado más arriba: la ideologización del debate impide el análisis científico y objetivo de estos temas. Cualquier reserva, crítica o expresión de duda o prudencia acerca del nuevo dogma de la identidad de género es acallado con acusaciones de transfobia.

“Los sentimientos y las opiniones han desplazado los hechos y las pruebas”, escribía Hayton en agosto de 2020. Se postula “la idea de que los hombres pueden convertirse en mujeres, y viceversa, simplemente recitando una declaración de creencia”.

Al criticar un proyecto para reformar la Ley de Reconocimiento de Género del gobierno escocés, que preveía rebajar a 16 años la edad para solicitar el cambio de sexo, como en Argentina, Hayton escribió: “Los niños, considerados demasiado jóvenes para consentir un tatuaje, podrían cambiar de sexo antes de saber lo que se siente al ser adulto”, señaló Hayton.

“La disforia de género es una condición real -escribió-. Lo sé porque la tengo: la sensación de que mi biología masculina está en desacuerdo con mi deseo de tener un cuerpo femenino”. Pero agregó que, aunque “haya hecho la transición social, médica y quirúrgica”, sigue siendo ahora “tan masculino como el día en que nací (y los días en que engendré a cada uno de mis tres hijos); como científico, sé que esto es así”.

¿Epidemia transgénero?
Las consecuencias de estos postulados acerca de la identidad de género ya se están sintiendo. Actualmente, en el mundo occidental desarrollado, hay preocupación por lo que algunos expertos llaman “epidemia transgénero”: el anormal incremento de casos de niños y adolescentes que declaran querer cambiar de género. Algunos libros recientes dan el tono de lo que está en juego: Irreversible Damage:The Transgender Craze Seducing Our Daughters (Un daño irreversible: la locura transgénero que seduce a nuestras hijas), de Abigail Shrier, periodista del Wall Street Journal; La fabrique de l’enfant transgenre (La fábrica del niño transgénero), de Caroline Eliacheff y Céline Masson; Nadie nace en un cuerpo equivocado: Éxito y miseria de la identidad de género, de José Errasti y Marino Pérez Álvarez; La dysphorie de genre. À quoi se tenir pour ne pas glisser? (La disforia de género. ¿A qué asirse para no derrapar?), de Charles Melman et Jean-Pierre Lebrun; todos publicados entre 2020 y 2022.

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Reseñando el libro de Eliacheff y Masson, el director de la revista Causeur, Gil Mihaely, decía que “el fenomenal aumento de los diagnósticos acredita la tesis de que la disforia de género sería socialmente transmisible, por contagio entre pares”, como la anorexia en los 90. El detalle preocupante es que tanto la comunidad educativa como la terapéutica avalan estos pedidos, cuando no los alientan directamente. Para el psicoanalista Jean-Pierre Winter, la “ola de disforia de género” en adolescentes se ve “facilitada por la supresión de la autoridad: padres, profesores, médicos”. Una cosa es escuchar a un niño y otra es creerle y, más aun, obedecerle.

Lebrun, por ejemplo, dice: “Hoy, la instancia paterna es considerada obsoleta, incluso desacreditada por su asimilación con el patriarcado (…) Ya nadie está en condiciones de enunciar un límite sin ser de inmediato acusado de exceso o abuso de autoridad”. En cuanto a la tendencia a considerar como soberana la voluntad del niño, concluye: “Los niños ya no tienen que crecer. Al contrario, son conminados a la autodeterminación, puesto que son de entrada reconocidos como sujetos plenos”.

Nuestro inefable Ministerio de Educación no se queda atrás en esto de subvertir el vínculo padres-hijos. En el documento “Propuestas para abordar los NAP (Núcleos de Aprendizaje Prioritarios)”, se explica a los docentes que, “durante mucho tiempo, los niños, las niñas y los jóvenes fueron pensados desde una mirada tutelar; es decir, como personas que aún no habían completado el desarrollo de las capacidades intelectuales y emocionales necesarias para discernir correctamente y que, por lo tanto, requerían de la presencia tutelar de un adulto/a para que los/as guiara, los/as protegiera del entorno e incluso de sí mismos”. ¿Y acaso no es así? Así es y debería seguir siendo. Pero los burócratas del Ministerio se alegran de que, “en el último cuarto del siglo XX, esta concepción de la niñez y la adolescencia tuvo fuertes críticas sociales que dieron lugar a otro enfoque…”.

Los niños ya no son niños.

Como dice Hayton, no se trata de negar la disforia de género, un fenómeno hace tiempo identificado. Por caso, en EEUU, de acuerdo con el DSM (Manual de diagnóstico y estadística de la Asociación Americana de Psiquiatría) concierne a una franja de entre 0,005 y 0,014% de los varones y 0,002 a 0,003 % de las mujeres.

El problema surge de las nuevas leyes sobre identidad de género que, como vimos, pretenden facilitar al extremo el cambio de sexo, tanto en lo legal como en lo físico. Hasta ahora, en general, las leyes ponían salvaguardas: la transición debía ser, como su nombre lo indica, un proceso. No se trata de una decisión banal y, en particular en el caso de los menores, deberían tomarse resguardos para evitar “daños irreversibles”. Pero los nuevos proyectos de ley, inspirados en la ideología queer, que niega todo vínculo entre biología y binarismo -éste no sería más que un complot de varones contra mujeres-, pretenden habilitar el cambio de sexo a partir del solo deseo.

En el debate español, la filósofa Victoria Sendón usó la ironía: “Si las leyes trans hubieran existido en nuestra generación, cuando teníamos 12 años, ahora seríamos señores con bigote y barba y una doble mastectomía, porque cuando nos preguntaban qué queríamos ser de mayores, siempre decíamos que queríamos ser chicos. Era más divertido ser un chico que una chica: ellos tenían el protagonismo” y “nuestras madres nos hubieran hormonado”.

En España al menos hubo debate. Entre nosotros el generismo queer no es un fantasma: está corporizado y todas estas cosas ya son ley y se las pretende imponer a todos, a través de la ESI (Educación Sexual Integral) o de la Ley Micaela, sin que haya habido reflexión ni debate públicos. Nuestra “Ley trans” autoriza el cambio de sexo sin período de estudio, consulta profesional, ni nada que se le parezca, inclusive en el caso de niños y adolescentes. Se requiere sí autorización de los padres -sólo hasta los 16 años-, pero si éstos no la dan, el chico tiene la opción de apelar al Defensor de Menores, que puede pasar por encima de la autoridad paterna si lo cree necesario.

Hay una tarea para los futuros legisladores y gobernantes; siempre que estén dispuestos a trabajar con seriedad y servir al bien común.

Infobae

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